Estamos viviendo un cambio demográfico sin precedentes. La caída de la natalidad, el aumento de la esperanza de vida y las mejores condiciones de salud en edades avanzadas configuran un nuevo escenario. Según la Organización Mundial de la Salud, en 2030 una de cada seis personas tendrá 60 años o más; para 2050, serán más de 2.100 millones en todo el mundo. No se trata solo de un cambio demográfico, sino de una oportunidad para construir economías más justas, inclusivas y sostenibles.
Este fue justamente uno de los grandes temas que atravesó el GLI Forum Latam 2025. En el conversatorio dedicado a la economía plateada, se puso en evidencia la necesidad de revisar cómo concebimos la longevidad y el rol de las personas mayores, especialmente las mujeres, en nuestras economías. Este grupo, con su experiencia, capacidad de agencia y participación activa, tiene un enorme potencial para contribuir al desarrollo, la innovación y la inclusión, aunque aún no ha sido plenamente incorporado en las estrategias públicas y privadas.
A nivel global, la llamada economía plateada, que reúne bienes, servicios y actividades dirigidas a personas de más de 60 años, mueve alrededor de 22 billones de dólares estadounidenses anuales. En Argentina, este segmento representa ya cerca del 40% del PBI, considerando su impacto directo e indirecto en áreas como el consumo, la salud y la protección social. Según estimaciones recientes, se espera que en 2043 la población vinculada a la economía plateada represente el 35% del total de habitantes en Argentina. Este crecimiento demográfico se reflejará también en el consumo: se proyecta que su participación en el gasto de los hogares alcanzará el 37%, lo que equivale a más de 423 mil millones de dólares.
Sin embargo, aún persisten narrativas marcadas por estereotipos que vinculan la vejez con inactividad, dependencia y falta de habilidades. Estas ideas no solamente son injustas, sino que obstaculizan una mirada real e integral para el diseño de políticas públicas, productos y servicios que respondan a las verdaderas necesidades y potencialidades de este grupo.
La situación es todavía más compleja para las mujeres mayores. Las desigualdades de género acumuladas a lo largo de la vida, tal como el acceso limitado al trabajo formal, la brecha salarial de género, la carga desproporcionada del trabajo de cuidado no remunerado y la exclusión previsional, condicionan su autonomía económica en la vejez. A esto se suman brechas digitales y financieras: en América Latina, las mujeres tienen un 20% menos de probabilidades que los hombres de tener una cuenta bancaria, según el Banco Mundial, lo que limita aún más su participación plena en una economía cada vez más digitalizada.
En el GLI Forum Latam, Amaranta Medina, de SparkassenstiftungAlemana, una ONG líder en la temática que busca impulsar el sector financiero local de países en vías de desarrollo, sintetizó cuatro claves: cambiar la cultura y la forma en que concebimos el envejecimiento; desarrollar habilidades digitales y financieras en la población mayor; adaptar servicios, canales y productos a sus necesidades reales; y generar datos que permitan diseñar soluciones efectivas y sostenibles.
La tercera edad es eso: una nueva etapa en la vida de las personas, donde seguimos viviendo, aprendiendo, desarrollándonos. Hablar de empleos plateados, finanzas con una mirada inclusiva y autonomía digital implica ver a las personas mayores ya no como una población pasiva, sino como productoras, inversoras y tomadoras de decisiones cuando se garantizan los derechos y condiciones necesarias para su plena participación.
En este contexto, el rol del ecosistema de impacto (empresas, gobiernos, sociedad civil e inversores) es fundamental. No alcanza con visibilizar la problemática: necesitamos rediseñar productos, políticas y soluciones que integren activamente a las personas mayores, especialmente a las mujeres, en el centro de la conversación sobre desarrollo económico. La longevidad no debe ser un capítulo aparte, sino una dimensión transversal en cualquier estrategia de inclusión y crecimiento.
Es fundamental asumir un compromiso a través de programas de salud integral, educación financiera y capacitación digital con perspectiva de género/edad para que las mujeres mayores vivan más y mejor. El futuro de nuestras sociedades ya está siendo, inevitablemente, más longevo. La pregunta es: ¿están preparadas nuestras estructuras para integrarlo como corresponde?
*Experta en Economía Plateada del GenderKnowledgeLab de Pro Mujer.